En estos tiempos duros y distintos, donde el mundo se puso en pausa y la incertidumbre ocupó todos los espacios, en Berlina no hubo respuestas inmediatas ni fórmulas mágicas. Hubo silencio. Hubo miedo. Y hubo una necesidad urgente de volver a lo esencial.
Para los hermanos Ferrari, eso significó retrotraerse a su historia, a su familia. Volver al origen. A ese núcleo íntimo donde se forjaron los valores que hoy sostienen todo: la nobleza del trabajo bien hecho, la fuerza para seguir adelante aunque no haya certezas, y ese espíritu inquebrantable que los impulsó, desde la primera cocción en el garage, a construir algo más grande que una cervecería.
En medio del aislamiento, Berlina no paró. Mutó. Se adaptó. Y en ese proceso, los vínculos se volvieron más profundos, las decisiones más conscientes y la visión más clara: esto no es solo hacer cerveza, es honrar un legado. Es defender una manera de vivir.
Volver a la raíz no fue una elección estética. Fue una necesidad vital. Porque cuando todo tiembla, lo que queda firme es lo que uno lleva dentro.